Las leyendas de la estética se resintieron gravemente cuando Emil Zatopek se atrevió a desafiar la supremacía nórdica en fondo. Durante décadas, una extensa nómina de finlandeses contribuyó a fomentar el mito de la invulnerabilidad finlandesa en las carreras de largo aliento. En las vísperas de los Juegos Olímpicos de 1948, esta tradición se encarnaba en Biljo Heino, plusmarquista mundial de 10.000 metros. A Heino se le había reservado el papel de depositario del honor nacional finlandés en Wembley frente al checo Zatoqek, la estrella emergente del fondo. Y aquella tarde, mientras se derrumbaba el mito escandinavo, comenzó a forjarse la leyenda de Zatopek, la locomotora humana.
Hi Heino ni sus compatriotas Heinstrom y Kononen pudieron con Zatopek, un atleta que daba la impresión de padecer un agonía en cada carrera. Corría desencajado, con gesto crispado, mientras la boca le dibujaba un rictus doloroso. Su cuerpo tampoco respondía a los cánones de la estética deportiva. Zatopek corría con la cabeza hundida entre los hombros, apenas soportados por un tórax casi infantil. Y sus piernas perfilaban altas y esforzadas zancadas, en un ejercicio voluntarioso y aparentemente torpe. Pero pocos atletas han demostrado la eficacia de Zatopek en las pistas.
Los recursos del atleta checo provenían de su capacidad para sumar kilómetros de los entrenamientos y de un declarado instinto para sobreponerse al sufrimiento, a pesar de su tardía dedicación al atletismo.
Durante la ocupación nazi, Zatopek alimentó su instinto de fondista entre cuatro paredes de su habitación. Sin espacio para dar más que cuatro pasos, se encerraba diariamente tras el toque de queda y comenzaba un torturante entrenamiento. Quizá en aquellas condiciones, Zatopek terminó por deformar su estilo, a la vez que incubaba la disposición para sufrir y vencer las dificultades.
El dominio de Zatopek en las pruebas de fondo fue absoluto durante la primera mitad de la década de los cincuenta. En los Juegos Olímpicos de Londres sumó una medalla de plata a su celebrado triunfo en los 10.000 metros, tímido avance de lo que sucedería en Helsinki cuatro años después. En la patria de Nurmi, Zatopek vención en la carrera de maratón, en los 5.000 y 10.000 metros. Nadie lo había logrado con anterioridad, y nadie lo ha conseguido desde entonces. Por aquellos días ya había añadido los últimos trazos dramáticos a su estampa: un ceño arrugado y una calvicie prematura. Nadie, sin embargo, logró derrotar a este eccehomo de las pistas entre 1948 y 1952.
En los años sesenta, su condición de coronel del Ejercito cheno no le salvaría de las represalias que siguieron a la invasión de las tropas sovéticas en el año 1968. Zatopek fue degradado y trasladado al servicio de barrenderos de Praga. El viejo campeón perdió los galones, pero mantuvo el carisma entre sus compatriotas. Envueltas en la fábula, contaban las crónicas de aquellos meses que Zatopek, la locomotora humana, nunca pasó la escoba por Praga: al paso de Zatopek, las mujeres salían de sus casas para barrer las aceras y declarar su respeto por el legendario fondista checoslovaco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario